Desde el 20 de abril de 2020 rige la implementación del uso indispensable del barbijo, una medida clave y un elemento que no falta en ninguna casa. Hace un año, sólo nos queda la mirada, hasta que la emergencia pase y volvamos a vernos completos a la cara.
Barbijos, tapabocas, cubrebocas. Clásicos, coloridos, frescos, abrigados, caseros, industriales, insólitos, del Conicet, con sello propio. Diferentes, únicos, obligatorios. El look omnipresente que solo deja a la vista la mirada a flor de piel cumple hoy su primer aniversario.
De escasear y no conseguirse en las farmacias, a ser vendidos hasta en la verdulería. De la vergüenza de salir a la calle con el rostro cubierto, a sentir extraño que otro lo lleve descubierto. De sufrir la sensación de ahogo a no tener más opción que tolerarla. Una moda impulsada por la emergencia sanitaria, un elemento indispensable que no falta en ninguna casa. Y no solo uno, sino varios, distintos, combinables, diferentes, según el día y el ánimo con el que cada cual se levanta.
De a poco la gente les agregó color, diseño y creatividad, algo así como un sello propio y distintivo para no cubrir del todo la expresión facial, la personalidad y la necesidad de seguir siendo auténticos frente al mundo en crisis que nos rodea.
Los tapabocas llevan un año entre nosotros, 365 días sobre nuestros rostros. Pese al tiempo y las indicaciones hasta el hartazgo, aún se advierte un uso indebido. Y pese al cansancio y la presión que ejercen sobre las orejas y la falta de aire que provoca al caminar, no agota ni marca la piel como las de quienes nos cuidan al enfermarnos y nos insisten en utilizarlo, porque no hay opción en este contexto para hacer lo contrario.
Ajustables, de invierno y de verano. Con la pasión por el club, el logo del trabajo o una sonrisa dibujada para compensar la expresión cubierta.
Hace un año y por un tiempo más, impreciso, incierto, distante. Para cuidarnos, el tapabocas solo nos dejó la mirada, para estar atentos y evitar dañar al otro, hasta que la emergencia cese, sea la vacuna la que se propague y lo guardemos de recuerdo inolvidable para volver a mirarnos completos a la cara.